sábado, 24 de marzo de 2012

Dorian quién.

¿Cuántos manteles han mudado de mesa? ¿Cuántos días han pasado sin que me dé cuenta?
¿Cuántas noches pienso en ti cada día? ¿Cuánta humanidad aún me queda?
Preguntas que su trivialidad pasa desapercibida, y que ejercen el papel fundamental del existencialismo.
El retrato obsesivo de un Dorian Grey por la eternidad, pasando entre la vanidad y el orgullo, el ascenso y la miseria de una asociada y retrógrada enfermedad de absolutismo.
La idea equívoca de parecer honorables, sin representar la íntegridad y la nobleza en el espíritu. La corrupción de éste al verse reflejado en la sombra de quién establecen y no de la belleza pre-escrita anteriormente. En una historia ambigua, la sequía de la certeza eclipsa la metáfora de un cadaver desenterrado. No era sólo un furtivo, era mi condición de libertad indefinida la que se establecía a espaldas de las legítimas leyes socioculturales.
Tanta era mi mániatica idea del escapismo, que los ejes giraban entorno a la espiral patidifusa de beber de lo bebido, provando de reinventarlo para que pareciera distinto.
La verdad es que no había mañana, sólo la oscuridad del pensamiento turbio que se obsesionaba por...La eterna fascinación de la humanidad.
Creía en la ridícula hazaña de haberme librado de la condición. De la opresión.

La revolución era imaginaria...No estaba en Francia ni en el siglo XVIII.
Estaba deshumanizada.
Pretendiendo suplir mis faltas ante la confesión de un Dorian Grey, ya asentado en su prevalicación y suplicando una humanidad.

Una humanidad.

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