martes, 4 de octubre de 2011

Monstruo.

Despreciable lector,
otra vez debes haber olvidado que es lo que te trae aquí. Yo te lo recordaré: Sed de sangre, de mi sangre, cada vez que escribo de mi propia conciencia...
He vuelto a transceder de mis propios límites, sobrepasando así mismo las reglas del juego. He burlado al propio bufón, al arlequín enfático que espera siempre el comentario más ingenioso para destriparlo y usar su lengua bípeda y sarcástica, y llenar las hambrientas panzas de los elitistas sin escrúpulos...
Francamente: Despreciable. Ridículo, como cada hora mal gastada en comentar el sarpullido que me desgarra en su palabrerías de éticas y de deslizantes equivocaciones a lo largo del día.
Sí...Insólito como una rozadura puede volverse en el monstruo que trataste de ocultar.
My little confesor. El drácula de mis historias de terror, el amigo obsesionado con vengarse desde párvulos, el señor invisible pero vestido con un abrigo largo...
El mentiroso.
Definitivamente...El que sacude tétricamente tus cimientos y hace que las cosas que crees complejas, se tornen...aún más complejas.
Él es yo, y yo soy él. Somos las almas hirientes de un relato de Zweig...Pero yo no trataré de suicidarme, sólo de aceptar qué consecuencias he traído.
El reflejo de mi monstruo, ese que apremían tanto los cínicos, porque sólo saben valorar su crueldad...Esa que hipócritamente critican cuando alguien se vuelve como él.
Todos y cada uno de vosotros sóis monstruos, sedientos de sangre, de carne...de mi propia pluma. De mi propio ser...extasiado por su única droga: La herida.

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